martes, 9 de junio de 2015

Chico Buarque






El País, Domingo 25 de Mayo de 2015

>> ENTREVISTA

Chico Buarque: Una leyenda brasileña

ANTONIO JIMÉNEZ BARCA

Chico Buarque. Río de Janeiro, 1944. Es hijo de un conocido historiador, Sérgio Buarque de Hollanda, y de la pintora y pianista Maria Amélia Cesário Alvim. Comenzó a estudiar Arquitectura, pero la abandonó a los dos años, cuando su carrera como compositor e intérprete comenzaba a destacar. En 1966 obtuvo su primer éxito rotundo, con la canción A banda. Desde entonces, no ha dejado de componer obras maestras, como Apesar de você, Construção, O que será (à flor de pele) o Cálice. Está considerado uno de los grandes de la música popular brasileña, junto a Tom Jobim y João Gilberto, entre otros. Paralelamente, ha desarrollado una carrera como escritor y dramaturgo. El hermano alemán, publicado ahora en español por Mondadori, es su quinta novela.


Solo hay algo más difícil que encontrar a un hombre que hable mal en Brasil de Chico Buarque: encontrar a una mujer que no esté enamorada de él. Sus fascinantes ojos de un color extraño entre el verde, el azul y el gris constituyen una leyenda nacional. Sus canciones, simplemente, son parte ya de la historia, de la herencia y de la cotidiana identidad de un pueblo. Por eso, intimida un poco acercarse al edificio de un barrio noble de Río de Janeiro donde vive y subir en el ascensor imaginando qué se va a encontrar uno detrás de la puerta. Lo que hay es un tipo delgado y tímido, sencillo y sonriente, que esperaba solo sentado en una silla y que nada más ver al recién llegado le invita a un café que acaba de hacer. El salón de su casa, abierto en tres paredes acristaladas a varias playas de Río, goza de una vista apabullante en esta hermosa tarde de sol y de luz del final del verano del trópico. Al fondo, en una esquina, hay una guitarra y un piano, al lado de una enorme foto en la que Buarque aparece junto a Vinicius de Moraes y Tom Jobim, dos de los míticos creadores de la bossa nova.

Sobre una mesa duerme la nueva novela del artista, recientemente publicada en español, El hermano alemán (Mondadori). En ella, Buarque (1944) relata su conmoción al enterarse, ya adulto y de sopetón, de que su padre, el famoso historiador brasileño Sérgio Buarque de Hollanda, tuvo un hijo en Alemania en 1930 cuando era corresponsal en Berlín para un periódico brasileño. Ni Buarque supo hasta entonces que tenía un hermano en Alemania ni ese hermano alemán supo jamás que estaba emparentado con uno de los cantantes más famosos de Brasil, ya que murió en 1981 ignorándolo casi todo de su padre biológico. El escritor disfraza algo los hechos, pero por las páginas de la novela desfila el São Paulo de los años sesenta y setenta, menos enorme e inhumano que el actual, y su propia juventud algo descontrolada. También asoma la siniestra dictadura, a la que Buarque se opuso desde el principio y de la que se exilió en 1969. Pero, sobre todo, se muestra la casa familiar, emparedada de arriba abajo de los libros de su progenitor. Era un padre afable pero lejano, cariñoso, pero distraído y algo ausente, siempre inmerso en interminables lecturas que llevaba a cabo envuelto en la nube de humo de un cigarro perpetuamente encendido. En la novela, el protagonista, un remedo del propio Chico Buarque, mientras hojea uno de esos libros de la inmensa biblioteca paterna, repara en un sobre perdido entre sus páginas que contiene una vieja carta alemana que le pone sobre la pista de aquel hermano mayor que nunca conoció. En realidad, el descubrimiento no fue tan libresco.

¿Cuándo se enteró usted de que tenía un hermano? 
Lo supe, exactamente, en 1967, cuando yo tenía 23 años. Me acuerdo muy bien, incluso hay una foto de ese día. Vinicius de Moraes, Tom Jobim y yo fuimos a visitar al poeta Manuel Bandeira, que ya estaba muy viejecito, a su casa en Río. Y, bueno, hablando de esto y de lo otro, Bandeira preguntó por mi padre, del que era muy amigo: “¿Qué, cómo está Sérgio? ¡Ah!, Cuánto tiempo hace que no lo veo, vivimos tantas cosas juntos… Se fue a Alemania, tuvo aquel hijo…”. Y ahí soltó eso.

¿Y qué hizo usted? 
Pues le dije: “Pero ¿qué hijo?”. Y ahí Vinicius replicó: “¿Pero tú no lo sabías, lo del hijo?”. Y yo: “Pues no”. Yo no sabía nada. Era un secreto de familia. Después de ese día hablé con mis hermanos y con mi padre. Hablé con mi padre, sí, pero había siempre una barrera a la hora de preguntarle. Escribiendo este nuevo libro me he cuestionado por qué no le interrogué más. Pero existía un reparo, un impedimento. No es que mi padre me prohibiera preguntarle sobre lo del hijo, pero yo sentía cierto incomodo en el tema. De mi padre y de mi madre.

¿Y eso se volvió una obsesión a lo largo de los años? Porque usted siguió investigando, sobre todo después de la muerte de su padre, en 1982. Incluso la editorial brasileña que iba a publicar el libro, Companhia das Letras, contrató a dos detectives para que le ayudaran en la investigación. 
No, no, no eran detectives, ja, ja. Eran historiadores. Uno de ellos era un brasileño que por casualidad se encontraba en Alemania cuando yo comencé a redactar el libro, hace tres años. Es verdad que fue contratado por la editorial. Él conocía a un documentalista alemán especializado en la inmigración alemana en el Estado de Santa Catarina. Ellos descubrieron que mi hermano, en realidad, se llamaba Sérgio Günther y que había sido adoptado por una familia a los pocos años de edad. La verdad es que cuando comencé a escribir el libro tenía muy poca información. Tampoco la precisaba. Ni siquiera pretendía encontrarlo. La historia no iba por ahí. Pero pasó que, mientras lo escribía, uno de mis hermanos, el que vive en el apartamento de mi madre, muerta hace cinco años, encontró en un cajón unos documentos que contenían datos para tirar del hilo. Yo llevaba 50 páginas del libro, que dejé como estaban. Pero la realidad se inmiscuyó en la redacción para siempre.

La historia que usted narra en la novela es buena, pero la realidad en la que se apoya también. 
Sí, debería escribir otro libro porque, al final, la novela acaba compitiendo con la historia real, que es muy impresionante.

Es cierto. Por medio de esos documentos, Buarque se enteró de dos cosas: que su padre había intentado que las autoridades alemanas le remitieran a su hijo aportando la documentación pertinente o, al menos, lograr que le hicieran partícipe de una pensión que él prometía enviar. La segunda es que la madre biológica había decidido, en medio de la Alemania convulsa de la época, entregar al niño al Estado para que fuera adoptado. Una carta remitida a su padre en 1934 por la Secretaría de Infancia y Juventud de Berlín (y que terminaba con un terminante “Heil Hitler!”) pedía a Sérgio Buarque de Hollanda que, a efectos de que su hijo fuera adoptado por la familia alemana Günther, que se interesaba por él, debía remitir lo más pronto posible certificados que avalaran la religión católica del padre. Chico Buarque, al leer la carta, supuso, con tanto asombro como espanto, que las autoridades alemanas exigían eso para que quedara demostrado que el pequeño Sérgio no llevaba en las venas sangre judía. De lo contrario, en vez de a una familia cualquiera podía haber sido trasladado a un campo de concentración. Los historiadores lograron finalmente, en 2013, identificar al hermano, Sérgio Günther, fallecido en 1981, y localizar a su exmujer, a su hija y a su nieta. Pocos meses después, Chico Buarque viajaba a Berlín para conocer a la otra parte de su familia y saber más cosas de su medio hermano.

Y así se enteró de que su hermano había sido cantante… 
Sí, en Alemania Oriental había sido muy conocido, como cantante y como presentador de televisión. Cuando me enteré de que había sido cantante, sentí una emoción muy fuerte. ¿Y sabe?, cuando oí un disco suyo me di cuenta de que tenía la voz grave de mi padre. Porque a mi padre le gustaba mucho cantar. Y sonaba igual.

¿Tenían más cosas en común? 
Los dos murieron de un cáncer de pulmón. Mi padre fumaba muchísimo. Cuando conocí a la familia de mi hermano, su viuda (una de sus viudas, porque se casó más de una vez) me explicó que Sérgio Günther fumaba cigarrillos a los que les arrancaba el filtro. Exactamente como mi padre. Cosas así que dan un poco de escalofrío. Todos allí me contaron que mi canción A banda había sido traducida al alemán y era muy conocida en Alemania Oriental, con una letra muy cambiada y algo absurda, eso sí. Así que no es extraño que mi hermano sí que me oyera a mí cantar. Es una manera de haberme conocido un poco, ¿no?

¿Él nunca tuvo curiosidad por saber quién era su padre biológico? 
Su viuda me contó que en un determinado momento, sí, que preguntó en la Embajada brasileña, pero entonces la Alemania Oriental era un país muy cerrado, con muy pocas posibilidades de conseguir información.

En el libro, el protagonista parecido a usted roba coches para divertirse. ¿Usted lo hacía también? 
Sí. Yo iba entonces con una pandilla de adolescentes del barrio, eran los tiempos de James Dean, del rock and roll, de una juventud un poco rebelde. Así que nuestro deporte era robar coches, circular en ellos por la ciudad y luego dejarlos en el fin del mundo. Y fui al calabozo por eso una vez. La policía me dio para el pelo. Pero, bueno, eso yo ya lo he contado. Antes de que se descubriera lo dije yo. Tuve suerte porque el día en que me detuvieron mis padres no estaban en casa, estaban viajando, y la que fue a recogerme fue mi hermana. Yo entonces era bastante…, en fin, que di bastante trabajo a mi familia.

Paralelamente, era muy buen lector, ¿no? 
Sí, es verdad. También fue una manera de aproximarme a mi padre, que se pasaba la vida entre libros. Yo diría que, antes de ser músico, yo quería ser escritor. Hasta que apareció la música en mi vida y me embarqué en ella. Pero la idea de dedicarme a la literatura no la abandoné. En los setenta publiqué mi primera novela, en los ochenta la segunda. Desde entonces alterno las dos cosas. Cuando hago una no hago otra porque consumen mucho. Cuando estoy escribiendo ni siquiera oigo música.

¿Pero son actividades tan diferentes? 
Para mí, sí. Mucho. Y eso que mi escritura está muy influida por mi música. Tal vez en las traducciones se pierda algo, pero mis textos tratan de llevar cierto ritmo musical. Además, hay que alternar las dos cosas porque, por lo menos en Brasil, es muy difícil que un escritor viva solo de la literatura. Los escritores trabajan de funcionarios, profesores, periodistas… Y todo esto está tan lejos de la literatura como la música. El hecho de ser periodista, por ejemplo, no le faculta a usted a escribir literatura, creo yo.

Se dice que cada vez escribe más y compone menos. 
Compongo menos que a los veinte. Es normal. La música popular es más un arte de juventud, con el tiempo uno va perdiendo, no sé, no el interés, pero ella ya no fluye con la abundancia de aquellos años primeros. Tengo que esforzarme más, buscar más, es más dificultoso. Al principio tienes un millón de ideas, todo lo que te rodea sirve para hacer una canción. Después todo se va volviendo más insípido, menos inspirador.

¿Todavía sostiene que lo mejor de un concierto es cuando se acaba? 
[Se ríe] No me gusta mucho dar conciertos, no, pero los tengo que hacer. Cuando lanzo un nuevo disco, sí que me dan ganas de ir por ahí y cantarlo en público. Además, eso hace que después pueda pasar dos años escribiendo. Si no, me arruinaría.

¿Por qué la música popular brasileña es tan conocida y la literatura no? 
Puede que sea porque es peor, pero no lo creo. Es verdad que, por ejemplo, el argentino es un pueblo más literario que el brasileño. Y también que los literatos brasileños juegan con una desventaja, porque el portugués es más desconocido. Y la riqueza musical brasileña es fácilmente exportable, no necesita traducción.

Y al revés: ¿por qué la música brasileña es tan aceptada, tan apreciada? 
Porque, principalmente después de la bossa nova, tiene la influencia negra, es hija de la samba, pero con un toque del jazz, un toque armónico. Además, tiene influencia de los grandes compositores de la música clásica. Mire: Tom Jobim, nuestro gran maestro, era un conocedor profundo de Chopin y de Debussy, de los impresionistas, entre otros muchos. Y todo eso está en nuestra música, mezclado, junto con los boleros cubanos y los ritmos mexicanos. El brasileño no excluye, él asimila. El resultado fue complejo, rico y único.

¿Cómo era ese mundo? ¿Cómo era convivir con Jobim, con Vinicius? 
¡Ah! Ellos… eran sobre todo grandes amigos. Mire esa foto de ahí, estoy con los dos. Yo comencé a emocionarme de verdad por la música, a decidirme a hacer canciones seriamente a partir del tema Chega de saudade, compuesto por Tom Jobim y Vinicius e interpretada por João Gilberto. Les tenía en un altar. Conocía ya a Vinicius porque era amigo de mi padre, pero, para mí, era como hablar con un monumento. Así que la primera vez que me vine a Río a hablar con Tom Jobim, imagínese, era un sueño. Con el tiempo fueron mis amigos, mis socios, hice muchas canciones con ellos, fui aceptado en ese grupo selecto de la música popular brasileña.

Fue Tom Jobim el que dijo que Brasil no era un país para amateurs, ¿no? 
Sí, y yo lo suscribo. Es un país único, fruto de la colonización portuguesa, con emigrantes de todas partes del mundo, italianos, alemanes, árabes, japoneses, con la marca de los esclavos traídos a la fuerza… Y con orígenes indígenas antes de todo eso. Todo esto está presente ahora. En São Paulo, sin ir más lejos, usted puede buscar nombres indígenas en muchas calles. Esas circunstancias crean un país único.

Usted siempre ha tenido una posición política clara y explícita. Se opuso a la dictadura y ha apoyado a Lula y a Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores. 
Siempre me preguntan cuando hay elecciones. Y yo tomo partido y no tengo ningún problema en proclamarlo. Siempre he apoyado al PT, ahora a Dilma Rousseff y antes a Lula. A pesar de no ser miembro del partido y a pesar de tener mis desavenencias y de votar a otros candidatos y otros partidos en elecciones locales. Pero desde siempre he sabido que el problema de este país es la miseria, la desigualdad. El PT no lo ha resuelto todo, pero lo ha atenuado. Eso es innegable. El PT ha mejorado las condiciones de vida de la población más pobre.

¿Y cómo ve la situación actual? 
Muy confusa, no hay forma de saber lo que va a pasar en los próximos años. La crisis económica es fuerte. Hay que tomar ciertas medidas impopulares. Al mismo tiempo, la oposición es muy dura. Y luego hay una ola de manifestaciones en la calle que, a mi juicio, no tienen un objetivo concreto o claro. Entre los que salen a la calle hay de todo, incluyendo locos pidiendo un golpe militar. Otros quieren acabar con el Partido de los Trabajadores, quieren debilitar el Gobierno para que en 2018 el PT llegue desgastado a las elecciones. El objetivo no es Dilma, sino Lula; tienen miedo de que Lula se presente de nuevo.

Y para terminar: ¿cómo se vive sabiendo que es el hombre más deseado del país? De eso hace ya mucho tiempo.
Lo siguen diciendo. De eso no sé nada. Soy tímido, un ciudadano serio, un hombre de familia. Las historias se inventan, se levantan leyendas que no tienen que ver mucho con la realidad. No soy el seductor del que hablan.


La entrevista termina y el cantante trata de llamar a un taxi para el periodista por medio de una aplicación del móvil. Pero fracasa. “Mi nieta sabe, pero yo no me apaño”, explica. Mira hacia la preciosa tarde que cae y dice : “Deje, le acompaño”. Se pone unos pantalones cortos, una gorra que oculta su rostro y se encamina, junto al periodista, calle abajo, por Río de Janeiro, hablando de los padres, de los libros, de las familias y de la música.

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