jueves, 13 de noviembre de 2014

Manoel de Barros



PALAVRAS & PERALTAGENS

"Distâncias somavam a gente para menos. Nossa morada estava tão perto do abandono que dava até para a gente pegar nele. Eu conversava bobagens profundas com os sapos, com as águas e com as árvores. Meu avô abastecia a solidão. A natureza avançava nas minhas palavras tipo assim: O dia está frondoso em borboletas. No amanhecer o sol põe glórias no meu olho. O cinzento da tarde me empobrece. E o rio encosta as margens na minha voz. Essa fusão com a natureza tirava de mim a liberdade de pensar. Eu queria que as garças me sonhassem. Eu queria que as palavras me gorjeassem. Então comecei a fazer desenhos verbais de imagens. Me dei bem. Perdoem-me os leitores desta entrada mas vou copiar de mim alguns desenhos verbais que fiz para este livro. Acho-os como os impossíveis verossímeis de nosso mestre Aristóteles. 

Dou quatro exemplos:

1) É nos loucos que grassam luarais; 
2) Eu queria crescer pra passarinho; 
3) Sapo é um pedaço de chão que pula; 
4) Poesia é a infância da língua. 

Sei que os meus desenhos verbais nada significam. Nada. Mas se o nada desaparecer a poesia acaba. Eu sei. Sobre o nada eu tenho profundidades". 

MANOEL DE BARROS



POSDATA (en español):

Te has ido, viejo maestro, un jueves de noviembre cuando el día no hacía nada más que comenzar y todos nos íbamos camino del trabajo, sorteando el oficio de vivir.

Te has ido, viejo maestro, porque alguien lo ha dicho en las noticias de la televisión y nos dejas solos en aquel lugar del que tanto hablabas, cerca del abandono.

Te has ido, viejo maestro, y nos dejas tus palabras y tus travesuras con la gramática brasileña, palabras desimportantes, despropósitos poéticos que nos llevaban de vuelta a una infancia olvidada en aquel cuaderno escolar, donde dibujábamos hormigas, estrellas y silencios.

Te has ido, viejo maestro y nos dejas la materia de la poesía escondida en las páginas de tus libros, onde pássaros, adjetivos e meninos do mato assoviam a tua ausencia.

Você já sabia que "ontem choveu no futuro".


martes, 11 de noviembre de 2014

Un lugar donde vivir







Rescato en este blog olvidado el primer artículo que Antonio Muñoz Molina publicó en el Abc Literario en aquella sección de título cervantina: "La cueva de Montesinos". El escritor aún vivía en Granada y todavía no se había enamorado de Elvira Lindo.



Un lugar donde vivir

LO extraño de una parte de los escritores y de las gentes que rondan la vida de los libros es que no les interesa nada la literatura. Parece que en Madrid esto es una evidencia o una norma natural: pintores que detestan la pintura, músicos que se duermen invariablemente en un concierto, literatos consagrados a la exégesis de los concursos zafios de la televisión. Se trata sin duda de un enigma elegante. ¿No imaginó Borges que habría asesinos por amor y traidores sólo impulsados por la lealtad? A provincias las verdades tardan algunos años en llegar: uno todavía escribe porque no sabe hacer otra cosa en la vida y lee libros porque le cuesta imaginarse un placer más delicado y más alto, pero parece que esta debilidad es un anacronismo. En la provincia la soledad es tan notoria y los hoteles umbríos tan escasamente clandestinos, que la única posibilidad de encontrar un lugar habitable es escribir artículos o reconocer una voz en mitad de un periódico que sea tan hospitalaria como la casa de uno. 

Hace poco, al terminar una novela cualquiera de Georges Simenon, al añorar en seguida los cielos bajos y lluviosos de París reflejándose en el espejo inmóvil de las aguas del Sena, obtuve una conclusión un poco melancólica: una novela no es nada más que un lugar donde vivir, una casa, una mirada, una voz de cualquier día y de siempre. 

Una novela es la otra vida necesaria que no nos atrevimos a desear; un artículo es una de esas citas fugaces en un bar, que sin que lo sepamos, designan nuestro porvenir. Comprendo que éstas son pálidas convicciones de provincia, pero alguna ventaja tenía que ganarse con vivir en el limbo. En Madrid todo es mucho más simple: se nota que el desdén es una de las escasas actitudes que salvan del escarnio. Lo natural en un poeta es partirse de risa a costa de la mayor parte de la poesía española. Lo que certifica la valía de un novelista, en especial si lo condecora el pasajero mérito de la juventud, es declarar que desde hace años no lee novelas, y que si las escribe es sólo por ganar algún dinero fácil. Lo que uno siente al oír estas cosas, después del estupor, es un acceso de piedad, porque el dinero fácil se obtiene más difícilmente con la literatura que con el tráfico de estupefacientes, por ejemplo, y porque debe ser muy triste ganarse la vida y la celebridad con un oficio que se odia. Pero ya se sabe que hay gente para todo y que el éxito suele ser un malentendido. 

Cuando termino de escribir un libro yo siempre siento hacia él, aparte del alivio de haberlo concluido, la inmediata nostalgia del tiempo en que lo escribía y de los hábitos que acompañaron el demorado crecimiento de sus páginas: de los libros se va uno como de un hotel en el que ha sido feliz durante unos pocos días. Cuando un instinto más certero que la inteligencia -con razón Proust desconfiaba tanto de ella- me dice que he encontrado la primera línea de una novela, esa primera frase que contiene todas las que vendrán después, es como si hubiera hallado, entre las cosa triviales que uno suele llevar en los bolsillos, la llave de una casa cerrada que rondé mucho tiempo desesperado por el miedo a no lograr que alguna vez su puerta se abriera al empuje de mi mano. 

En una película de Buñuel, una mujer apresurada que viene de la compra deja sobre la mesa una gran bolsa de papel y va sacando y enumerando las cosas que contenía: «El café», dice con naturalidad; «el pan, el azúcar, las verduras, la llave de los sueños...», que es una pesada llave de hierro como las que abrían las puertas antiguas, aquellas que distinguíamos en nuestra calle únicamente por la resonancia metálica de sus llamadores. 

Hay lugares fracasados y casas en las que misteriosamente advertimos que nunca ha sucedido la felicidad, igual que hay bares comunes tocados por el maleficio invisible del desamparo en los que nunca entra nadie. Exactamente esa misma sensación es la que notamos al abrir ciertos libros: no fueron habitados ni amados mientras se escribían, y nos solicitan vanamente y escapamos de ellos como de ésos rostros que nunca fueron mirados por las intensas pupilas del amor. Nada tiene que ver aquí la perfección ni la sintaxis, que son virtudes frías, ni tampoco las azarosas credenciales del éxito. Hay ciudades de una belleza sin error en las que sospechamos que es imposible la vida. Hay libros tibiamente calculados por la inteligencia, y películas, y cuadros, que no le importan nada a nadie, ni a quien los hizo. 

Uno imagina sin soberbia otro destino para las palabras que escribe: que no se cifren en ellas, como en el plano de un tesoro, la longitud y la latitud de un lugar habitable, de una casa reconocida como propia por quien ingrese en ella y que sea a la vez un poco inquietante, con ruidos extraños en la oscuridad, en el silencio del insomnio, con pasillos usuales que algunas veces, en esas tardes de lunes o domingo en las que nada nos consuela, parezcan tramos tenebrosos del laberinto de Minos. Hay quien llega a su casa y enciende la luz y cuelga el abrigo en el perchero y no le ocurre nada: son esas mismas gentes que no se conmovieron ni el primer día que las fue dado ver el mar. Pero hay también quien lo espera todo de los próximos cinco minutos, de la mirada o del libro que están a punto de encontrar. Para esa gente despojada y lunática la vida y la literatura son una perpetua invitación a descender sin miedo a los prodigios de la cueva de Montesinos. 

Antonio MUÑOZ MOLINA

Abc Literario, Sábado 21 de mayo-1988
LA CUEVA DE MONTESINOS



viernes, 7 de noviembre de 2014

La Gioconda de Duchamp



La Gioconda de Duchamp (1919)

Las vanguardias de entreguerras se dedicaron a ponerlo todo patas arriba y el señor Duchamp tuvo la ocurrencia de pintarle unos bigotes a la Gioconda de Da Vinci. El Renacimiento se transformó en surrealismo con esta provocación infantil mal intencionada.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Crônica de um sábado de Outubro



Crônica de um sábado de outubro

Juan López


Não era dia de aula, não tinha tarefa de matemáticas, nem de geografia. Era um sábado do mês de outubro e aquele dia no lugar de estar dormindo mais um pouquinho na cama e depois curtir aquela preguiça tomando o café da manhã na frente da tevê, alguns alunos haviam ido à escola. Lá estavam todos, (todos os que estavam) sentados, reunidos na porta da entrada, esperando ansiosos e brincalhões. Os alunos do sexto ano “A” da Escola CIE, juntos com Tânia, a professora de língua portuguesa e Juan, o professor de Espanhol, iam fazer um city tour pela cidade de Rondonópolis.

Os primeiros alunos em subir se colocaram no final da van, tudo eram risos e olhares de cumplicidade, misturado com o calor sufocante do Mato Grosso, que já desde primeiras horas da manhã castigava inevitavelmente a todos seus habitantes. O dia anterior, no jornal da tevê a apresentadora da previsão do tempo falou que aquele fim de semana seria o mais quente do ano.

A primeira parada foi o “Marco Zero” de Rondonópolis, local onde hoje se encontra “O cruzeiro estilizado”, uma grande cruz de metal no alto de um monumento de pedra. Esta à margem do Rio Vermelho, onde tudo começou pois ali se fazia a travessia do rio em uma balsa. Aqui tiramos as primeiras fotos para registrar este momento cultural.

Do outro lado está Casario, um lugar tranquilo para passear no final da tarde, onde tem pequenas casas que há alguns anos foram reformadas pela prefeitura e transformadas em lojas que vendem artesanato e comidas típicas da região. A rua estava interditada porque o Banco do Brasil realizava um evento de promoção para venda de carros com juros baixos e parcelas a perder de vista. “Toda a linha Ford com taxa zero”.

De lá fomos visitar a primeira agência dos correios na Rua Floriano Peixoto e depois olhamos desde as janelas da van o primeiro hotel da cidade. O tempo avançava rápido no relógio daquela manhã de sábado e o próximo lugar escolhido era a Escola Sagrado Coração de Jesus, uma das escolas mais antigas de Rondonópolis. As ruas estavam fervendo de carros e pessoas e nós estávamos indo em direção à Praça dos Carreiros, onde um ipê amarelo conversava baixinho com uma velha carroça, transformada em escultura, que ainda está no meio da praça. Depois avançamos pela Avenida Amazonas rumo ao Rio Arareau, onde antigamente as pessoas se juntavam aos domingos e tomavam banho. Os alunos iam fazendo monte de fotos com os celulares até chegar de novo à escola, onde outros alunos, de outras salas estavam terminando os painéis da Feira de Ciências. 

Na saída da van todos os alunos deram “um tchaozinho” e “um muito obrigado” ao condutor Leo, um jovem rondonopolitano que nos levou um sábado de outubro para conhecer um pouco melhor a cidade onde moramos, nos divertimos e sonhamos todos os dias do ano. A propósito, Maria Clara falou para todos mandarem as fotos no whatsapp, ao grupo “Respostas” da sala.