miércoles, 11 de mayo de 2011

Mortal y rosa



Es mucho más que un diálogo entre dos amigos que se conocen de cerca. Apenas seis preguntas. La novela sin argumento, así define Umbral "Mortal y rosa" el libro/espejo de un dolor innombrable.


LAS 100 JOYAS DEL MILENIO: "MORTAL Y ROSA"

«Quedaré por "Mortal y rosa". Es un delirio» 

RAUL DEL POZO 

MADRID.- Quedo con Francisco Umbral en el Hotel Palace, 39 años después de que nos conociéramos en la barra del Gijón. De la barra del café al sillón del hotel, donde Franco celebró su ascenso a teniente coronel, ha transcurrido nuestra vida. El apenas ha viajado. No lo necesita porque tiene el personaje en casa; el héroe y la geografía de su escritura son él mismo; se inmola cada mañana en el artículo o vuela hasta el cielo jugando con los insectos tenaces de los vocablos. Ha explicado que pulsa las letras de un piano que resuena en cinco mil años de Historia. Pero una vez de cada palabra hizo un responso, de cada página un mausoleo; fue cuando escribió "Mortal y rosa", su obra cumbre, el poema en prosa de unos graves meses de su vida. La muerte de un niño que perdió para siempre se transformó en epitafio con hexámetros, una sinfonía elegíaca. 

Cuando lo conocí me prestó un trabajo y una amante. Fuimos juntos al entierro de Ruano y no nos divertimos tanto hasta el de Azorín; nos intercambiábamos los gonococos y los libros cuando éramos reporteros por libre. Del Gijón al Palace, de la blenorragia al sida, de la dictadura a las manifestaciones, se ha ido gastando nuestra libertina juventud, hasta llegar a la edad en la que todo es helado declinar. Cuando pasamos por delante del espejo me avisa: «No mires al espejo que hay detrás un asesino». Se le ha desbaratado algo aquel dandismo de pega; sus modales son delicados y sus andares, inciertos; se ha alzado sobre la fama de los demás hombres, pero ya decían los griegos que amarga es la divinidad para los mortales. «Ahora hay pavor al sida. Las jovencitas te miran el pubis como si fueran doctoras. En este mismo hotel te dan si lo pides por teléfono una bolsa de plástico con tres preservativos, uno para ti y dos para que los des a los pobres». Lleva el dinero, que acaba de ganar en una conferencia, en el bolsillo como los taurinos. Es un cowboy de media tarde, un terrorista de sobremesa. 

"Mortal y rosa" se publicó en el año 1975. Escribió en él cosas pavorosas. («Si cojo el teléfono, temo que me pongan con el cementerio»). He compartido con este hombre largo y pálido, entumecido e impertinente muchas horas de mi vida, como lector y amigo. Desde la muerte del niño el frío lo ha amortajado con unas décimas de fiebre. Estamos en el hotel Palace donde, según Manuel Leguineche, hubo hospital de sangre, quirófano y sala de cirugía cuando se mataban los españoles. Enfrente de nosotros se sienta don Juan March con la espía Mata-Hari; Julio Camba y Josep Pla discuten sobre una salsa. La heredera de Chivite nos invita a una copa de su vino y Umbral dice que él bebe ginebra. «El vino blanco lo utilizo para lavarme los pies». La doncella Chivite, antes de abandonarnos, le recuerda, enfurecida, que Baudelaire y Horacio escribían con vino. Umbral bebe porque con la ginebra todo adquiere importancia. Así escribió aquel diario íntimo, «presente exasperado» («Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú»). 

¿Cómo empezaste «Mortal y rosa»?

- Escribí: «Estoy oyendo crecer a mi hijo». Y claro, cuando enfermó, seguí escribiendo; pensé seguir hasta donde me llegara.

Nos hacen una foto bajo la cúpula del Palace que nos corona. Umbral huye del pudridero literario de esos «envidiosos perfumados», «homosexuales de la sabiduría». Bebe ginebra caliente, el hielo le apuñala la garganta. Y habla de la belleza de la mujer. Umbral no puede vivir fuera de la belleza. Las ninfas, obsesión de su vida.

No hay hilo, trama, asunto o argumento en «Mortal y Rosa». Según el prologuista la acción gira una y otra vez sobre el centro gravitatorio de unas ideas obstinadas.

- Quise demostrar algo que había querido hacer siempre: la novela sin argumento, llegar mucho más lejos en todo, encontrame con el público en una novela sin historia, sin asunto. Lo escribió la vida, no yo. Es un diario eternamente abierto. 

Dice Caballero Bonald que «Mortal y rosa» depende de un extraordinario poder lingüístico. 

- ¿Poderío lingüístico? Yo tengo libros donde he lucido más el lenguaje: "Los amores diurnos", "La belleza convulsa". Hay en otras obras más exhibicionismo en cuanto al lenguaje. 

Hay algunos, que tú definirías como envidiosos perfumados, que dicen que aún no has escrito tu «Pascual» o tu «Quijote». 

- Me da igual. Es tan evidente la perpetuación del libro; después de 25 o 30 años sigue teniendo vigencia. Siempre estaré cosido a ese libro como Lope de Vega a Fuentovejuna o Juan Ramón a Platero y yo. Juan Ramón queda por el burrito de los cojones y yo quedaré por "Mortal y rosa". Es una cuestión de economía cultural. Nunca me han dicho nada malo de ese libro, ni siquiera mis enemigos. Con ese libro me gané hasta mis enemigos. Lo tienen mareado y loco, al pobre. 

¿Te duele aún la historia? 

- Sí. Es el libro de un bonzo. Escrito a las seis de la mañana, con pastillas y alcohol. Es un delirio. Un tirón y a la cama. Es un libro sumido en el horror, no de preguntas. Ya sabía yo entonces que no hay preguntas porque no hay respuestas. 

Parece un libro de terror. Como cuando juegas con el soldadito rubio que manda en el mundo. 

- La escritura debe ser juego. El lenguaje va por delante de nosotros. Jugamos con el lenguaje, perseguimos una palabra. Pobre del escritor que no sabe jugar con las palabras. Algunos no han follado nunca con el lenguaje y se les nota. 

Se levanta y se va. Atardece en un día sin piedad y él, entonces, encuentra el rumbo, vuela hacia su dacha, en el ocaso del día, del verano, del siglo, del milenio, de la vida. 

EL MUNDO / CULTURA, Viernes, 27 de agosto de 1999
La fotografía del libro/espejo es de Chema Madoz

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