domingo, 15 de mayo de 2011

¿Alonso Quijano o Don Quijote?




Alonso Quijano era el verdadero nombre de Don Quijote de la Mancha, el personaje que inventó Miguel de Cervantes para hablar de la esencia del ser humano. Siempre me gustó este dibujito de Picasso. Es una especie de garabato donde intuímos la extrema delgadez de Rocinante y del Quijote, la bonhomía de Sancho, el sol radiante del medio día en los campos de Castilla y un paisaje con molinos de viento. ¿O serán gigantes?


Aquí os dejo un artículo (visión personal) sobre Don Quijote del escritor español Eduardo Chamorro. Espero que os guste:


"Pasa por ser el libro más traducido después de la Biblia y es más importante que ésta. La Biblia habla de Dios y para eso hay que creer en Dios, la cosa más fácil del mundo y, quizá, la más sensata. Pero para escribir el Quijote hay que creer en el género humano, empresa bastante más ardua.

El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha es el primer libro que habla del hombre en cuanto tal, a solas y sujeto a lo que es y a lo que piensa o se imagina que es.

Imaginación, soledad y pensamiento son los ingredientes básicos de esta novela, en una combinación que suele tomarse por locura y que no es sino la creación del hombre por sí mismo. No es que don Alonso Quijano piense porque exista; es que su existencia es su pensamiento, su percepción del mundo es su pensamiento y éste, su pensamiento, es el mundo. La apariencia nutre toda fe y toda esperanza. El contraste de lo intangible es otro intangible.

Toda ficción busca un punto de verosimilitud, o la seducción del incrédulo con lo inverosímil, y justifica esa carencia de verdad con el brindis de una moral edificante.
El Quijote es la primera ficción moderna en la que la novela se hace enciclopedia del ser, de sus errancias y hazañas, sin anclaje en realidad alguna ni hipoteca con lo verosímil.
La realidad y la verdad las acaba poniendo en este libro el lector del siglo XX como lo hiciera el del siglo XVII: dependen de lo que ese lector sepa y de sus convicciones, y producen un contraste similar al definido entre el hidalgo, su escudero y el casi infinito catálogo de cataduras que van poblando el relato y sosteniendo su metáfora.

De la vida, del mundo y sus progresos podríamos hablar hasta la extenuación y el desamparo de quien nos escuchare, y en ningún punto abandonaríamos lo que el género humano dio de sí con el Renacimiento y el Barroco, lugares de donde no se ha movido la literatura por mucho que a veces lo parezca o se fuerce en parecer. Si el Renacimiento otorgó al hombre la percepción de sí mismo y de su juego en el espectáculo del mundo, el Barroco le abrió los ojos a la amarga conciencia de semejante ficción.

Los ingredientes de la epopeya, sus mapas y arquitecturas, pasaron a ser las ciudadelas del individuo frente a una existencia sin otra moraleja que la planteada por el servidor de esta historia en la última advertencia que plantea a su señor dispuesto a la insensatez postrera: «porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía».

No deja de ser un dato bastante curioso y significativo que esta novela, escrita cuando el castellano era, como lengua y como concepción del mundo, lo que jamás volvió a ser, fuera más y mejor leída por ingleses, rusos y americanos que por aquellos que más cercanos habían de sentirse a ella. Los escritores españoles siempre han hecho del Quijote una lectura de carácter mucho más melancólico que estimulante."

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